Poesía, acción política y memoria
- Amanda Durán
- 26 dic 2024
- 3 Min. de lectura

Praxis: Escuela de Filosofía Universidad Nacional de Costa Rica
Bioy Casares, escritor argentino, desarrolla en su obra Plan de evasión una inquietante metáfora sobre la percepción y la libertad. La trama se sitúa en una cárcel donde un cirujano decide extirpar los ojos de los presos. Con esta intervención, los prisioneros quedan inmersos en un mundo en el que la realidad se transforma según su propia imaginación. De esta forma, la prisión se convierte en cualquier cosa que ellos deseen percibir, una prisión mental que es tanto un refugio como una condena. Esta situación alcanza un punto macabro, ya que incluso los carceleros empiezan a preguntarse si no sería mejor ofrecer a los reclusos la posibilidad de "liberarse" a través de la cárcel misma, una cárcel que ya no ven como tal, sino como un mundo moldeado por sus deseos. Los presos, en muchos casos, prefieren quedarse en este estado de ilusión, a pesar de que ello implica que otras partes de sus cuerpos, como huesos y órganos, también puedan ser reemplazadas.
Este planteamiento funciona como una potente metáfora de los mecanismos de control y la relación con la realidad que enfrentamos hoy en día. América Latina, por ejemplo, ha vivido históricamente procesos sociales donde la represión no detiene la reflexión ni el deseo de cambio. No necesitábamos una pandemia para sentir el miedo al otro o la sensación de encierro. Los procesos de transformación social ya se estaban manifestando antes, y la represión no logrará detenerlos. Esta obra de Bioy Casares nos ofrece una imagen clara de cómo abordar las realidades de la escritura y la literatura, que a su vez funcionan como un mapa para comprender nuestra propia condición.
La poesía, en este contexto, se convierte en una herramienta de resistencia. No se limita a la escritura, sino que se extiende a la experiencia misma de vivir. Raúl Zurita, por ejemplo, no concibe una diferencia entre la política, el arte y el amor. Para él, un gran poema puede estar compuesto de todo eso. Hoy, el poema se encuentra fuera del libro, se despliega en la vida cotidiana, aún sin definir su lenguaje ni convertirse en texto cerrado.
No hay nada más político que la poesía, especialmente si entendemos que la dominación más primaria se ejerce a través de la palabra. La palabra, encerrada en cajitas y categorías, es una forma de control. Desde la infancia, el niño recibe la imposición de "cajitas" para clasificar la realidad, pero siempre hay un espacio, una pausa, una coma que deja margen para cuestionarlas. La imaginación no se conecta con esas cajitas, sino que las desborda.
Las palabras, al final, no son más que acuerdos. Y quienes controlan esos acuerdos son quienes ostentan el poder. El que se sienta cómodo con esos acuerdos no se rebelará contra ellos, pero el poeta sí. El poeta se rebela con la palabra, y esa rebelión nace del desamparo. Según Zurita, el poeta es alguien que ha conocido el paraíso, que lo ha habitado, pero al ser expulsado de él, responde con poesía. Este planteamiento transforma la lógica de lo que puede ser la poesía. Incluso en el poema más sencillo o el verso más doloroso hay un acto de resistencia, una invitación a imaginar que hay algo más allá. La poesía abre ventanas, pequeñas ventanitas hacia otros modos de percibir la realidad.
Un ejemplo clave de esta dimensión política de la poesía es Gabriela Mistral, cuyo legado suele ser reducido a sus "rondas infantiles". Sin embargo, sus rondas también son profundamente políticas. La obra de Mistral no se limita a la poesía para niños, sino que incluye textos mucho más sombríos, potentes y desafiantes. No obstante, uno de sus poemas más conocidos y enseñados en la escuela, Piececitos de niño, es a la vez una "ronda" y una obra de alto contenido social.
El poema describe a los niños de las escuelas rurales que caminaban descalzos por kilómetros desde sus casas hasta las aulas. Mistral escribe:
“Piececitos de niño, azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío!
¡Piececitos heridos por los guijarros todos,
ultrajados de nieves y lodos!”
En estos versos, Mistral asume la voz de quien observa y se conmueve. Con el verso "yo los veo, yo los quiero abrigar", establece un acto de cuidado, de amor y de resistencia. La "ronda" se convierte en un espacio de acogida, donde los niños se sienten protegidos y visibilizados.
La poesía, entonces, deja un mapa emocional de los procesos sociales e históricos. Da testimonio del alma y del ser que habita la historia. No se trata solo de escribirla, sino de vivirla, de experimentar el mundo con una sensibilidad capaz de captar las grietas de la realidad. La poesía no se encierra en un libro, sino que está viva en los cuerpos, en la política, en la memoria y en el amor.
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